La santificación de un lugar nos lleva, inevitablemente, a la
Iglesia. En la Iglesia son importantes los pastores y necesarias las ovejas. En
ausencia del pastor son buenas las imágenes y su adoración forma parte de los
mecanismos de legitimación de la religión respectiva. Un pastor de ovejas es un
custodio del saber revelado y su verdad no admite interpretación diferente. La
fe se aprende en un proceso intersubjetivo complejo donde la relación de
sumisión jerárquica establecida entre la
élite religiosa dominante y el conglomerado creyente dominado es fundamental.
La idea de los lugares sagrados, aun cuando tiene su origen en rituales de
carácter divino, no es exclusiva de las sectas religiosas; ha contagiado todo
el entramado de la subjetividad colectiva y
podemos encontrarnos con ella donde menos sospechábamos de su
existencia. En la autonomía universitaria y la libertad de cátedra, por
ejemplo, hay más idea de lugar sagrado que idea de lugar donde se vencen las
sombras. Las autoridades universitarias son el Vaticano; los decanatos las
conferencias episcopales, las direcciones de escuela las arquidiócesis, los
departamentos las parroquias y los diferentes centros de investigación las
órdenes religiosas permitidas por la Santa Inquisición. Un estudiante sobresaliente
debe contar con la tutoría de un pastor de cátedra y para poder distinguirse
debe tener la capacidad de recitar de memoria todo el bagaje teórico que
predica su guía espiritual. Así como hay
congregaciones en la Iglesia hay
adoratorios de santurrones de la sabiduría en las Universidades. Y en
ambas la beatificación depende de la cantidad de cardenales seguidores y fieles
que logren acumular antes de la muerte. El peso del origen pende sobre sobre el
cuello de las universidades para impedir el rompimiento del cordón umbilical
que le subordina a los paradigmas medievales de la cristiandad europea.
Lugar sagrado es una plaza de toros, un museo, las instalaciones de
un centro cultural, la casa de un partido político, el edificio del gremio, el
despacho de un Alcalde y cualquier espacio que en la macro y microfísica del
poder simbolice algún tipo de autoridad. El irrespeto a los lugares sagrados
implica sanciones y se supone que nadie, en su “sano juicio”, puede atreverse a
profanar los templos. Chávez le ordenó a varios de sus ministros alojar en las
instalaciones ministeriales a muchas familias afectadas por las lluvias y un
torrencial de sacerdotes lanzaron un grito al cielo para denunciar el sacrilegio;
decidió que el Hospital militar no debía atender únicamente a militares para
abrirle las puertas a los civiles y le acusaron de loco; aumentó en más de un
200% la matricula estudiantil universitaria con la ampliación de las ofertas de
educación pública y le excomulgaron de la Academia acusándolo de ignorante;
decidió destinar muchos de los espacios del Fuerte Tiuna para la construcción
de soluciones habitacionales para la gente pobre y, bingooo, se ganó el título
universitario de Dictador. “Quisieran los perros del potrero/ por siempre
acompañarnos;/ pero sus estridentes ladridos/ sólo son señal de que cabalgamos”
(Goethe)