martes, 23 de abril de 2013

CRÓNICA DE UN RECUENTO RECONTADO


Por Pausides  Reyes

El cuento no llegó a contagiar lectores; apenas logró entusiasmar al cineasta que terminó haciendo los arreglos para una película que nunca encontró  lugar donde estrenarla. Más rentable resultó el espectáculo con libreto made in USA.  Repites a cambio de…, imitas a pesar de…, te mimetizas y luego…, etc., etc. “El fin justifica los medios”, diría el libretista. “Yes, Yes”, balbucearía el actor contratado. Dicen algunos de los testigos presenciales de aquel acuerdo, los chismosos que nunca faltan, que el susodicho tuvo el atrevimiento de preguntarle al gringo si en ese  fulano “fin que justifica los medios” estaba incluido Globovisión.

 “Nicolás Maquiavelo”, respondió el gringo. La contundencia de la respuesta de Henrique no pudo ser más firme: “Entonces no hay acuerdo; primero muerto, pero lo que soy el mismísimo yo no aceptaré jamás contubernios con el sindicato de transportistas  chavistas.  Si el sindicalero Maquiavelo  entra en el negocio lo más probable es que mis panas Ravell,  Mezzerane y Grannier queden por fuera en el reparto y eso para mí es el punto de lo que me queda de honor”.

Y como su problema no era con el fin que justifica los medios sino con Maquiavelo Nicolás, tuvieron que llamar a Caracas para que la MUD nombrara una comisión de notables antichavistas  que, a la brevedad, debería  viajar a Gringolandia  a resolver el impase. Teodoro no pudo,  Allup   tampoco, el Tigre menos, Aveledo nada, María Corina confundió más la vaina, Andrés Velázquez no estuvo a la altura y Ledezma despertó sospechas de aspiraciones futuras. Sólo Leopoldo y Julio le convencieron. El “fraude show” quedaba montado, con financiamiento incluido.

Tenían diez días para vender las entradas al “fraude show”.  Contaban con el apoyo multinacional para la promoción, contaban cuentos en todos los pueblos, contaban las entradas vendidas, contar… contar… ¿Cómo no contar con el fin que justifica los medios? Y llegó el día de contar de verdad. Habían contado tanto  que, al igual que en Macondo, olvidaron, sin proponérselo, cómo es que se cuentan matemáticamente las entradas. Y perdida la capacidad de contar, comenzaron a cantar. Cantaron fraude desde el olvido que les deparó  la desesperación de las ventas. Y cuando recuperaron algo la memoria estaban bailando los ocho muertos de su fraude show y solicitando reconteo con la esperanza de aprender otra vez a contar.

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